Paisajes, sobre 'La visión imaginada' de Aragüez
- Mitchie Martín
- 13 sept 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 12 mar 2019
Los paisajes de Andalucía inspiran a todo aquel que alguna vez los llega a contemplar. Aunque, sin duda, son los que crecieron entre sus olivos quienes han sabido plasmar su belleza más pura en lienzos y escrituras.
Santiago Fernández Aragüez nació en el entorno perfecto para convertirse en el profeta ideal que muestra al mundo la belleza de la Axarquía.
Se crió en un caserón de paredes blancas con hornacinas en las habitaciones, a las que el pequeño Santiago llamaba alacenas. Una casa tan antigua que incluso había sido el hogar de las Carmelitas cuando llegaron a Vélez-Málaga en el siglo XVI. Y aquellas paredes blancas fueron las que despertaron al artista.
Cuando llegaba el invierno, la familia encendía los braseros para aliviar el frío. Una vez se enfriaban los rescoldos, se convertían en el carboncillo improvisado con el que el niño comenzó a dibujar “pinturas rupestres”. Su padre, siempre que veía la pared manchada, le obligaba a encalar para enmendar la travesura.
Las vistas oníricas que pinta son evocaciones de su infancia, cuando paseaba por los campos de la Axarquía y cuando acompañaba a su padre de cacería a Ventas de Zafarraya. Son precisamente las casas de este pueblo, encaladas y rematadas con formas onduladas, las que fueron su inspiración para crear los portones de los caseríos que protagonizan sus obras.
Su recurso predilecto son aquellas hornacinas que vio en la casa de sus padres, un elemento típico de la arquitectura popular andaluza donde se coloca la imaginería religiosa. El folclore andaluz está muy presente en su obra paisajística, en la que además es frecuente la presencia de iglesias y conventos, con rosetones y el campanario en lo alto de un torreón.
Aragüez ha convertido estos elementos en su sello personal. Sus pinturas reflejan la inocencia del niño que creció entre fachadas blancas, con unas pinceladas simples y llenas de color que dibujan los paisajes que todos los andaluces guardamos con tanto amor en nuestra retina.
En sus pinturas no solo representa una versión onírica de lo que ya conocemos. A través de ella podemos ver cómo entiende la realidad, cómo representa el orden de lo creado por el ser humano y lo indomable de la naturaleza.

Sus pinceladas son estables y limpias cuando dibuja estructuras arquitectónicas o al representar el arado del campo. Sin embargo, cuando se trata de elementos naturales como el cielo, los terrenos sin arar, los árboles frutales e incluso los animales, los retrata con pinceladas más sueltas, curvas e intermitentes que llegan a formar texturas.
Si pensamos en la obra de Santiago Fernández Aragüez, estaremos pensando en luz y color. Incluso en sus escenas nocturnas, plasma con multitud de colores un mundo de ensueño.
Influenciado por el movimiento cubista desde sus inicios, no trata la profundidad según las normas académicas. Resulta llamativa la forma en la que busca el volumen, marcando las dimensiones con el uso de colores llamativos y muy variados entre sí. Si bien es cierto que puede llegar a dar la impresión de que las obras son más planas o más primitivas, le añade el interés fantasioso que el artista ha tomado como ingrediente distintivo.
Los colores son quienes presiden el mundo onírico de Aragüez, marcando incluso sus propias estaciones. Las hojas de los árboles pasan de ser verdes a rojas, luego se van aclarando poco a poco hasta convertir todo el campo en un mar de colinas rosas y vegetación dorada.
En sus composiciones el equilibrio siempre es el eje central. Todos los elementos están cuidadosamente ordenados en el lienzo con la tierra como base, que marca los distintos planos en los que se repartirá lo demás. En su búsqueda constante de la armonía es habitual encontrar árboles, chimeneas y torreones, que son sus predilectos para aportar la dimensión que busca.
La noche del Sur es especial. Quizá algo tiene que ver la luna que enamoró a Federico García Lorca y que Aragüez retrata sin descanso. Una balsa de tristeza, melancolía y romanticismo que navega solitaria entre un mar de colores alegres y paisajes del sueño. Quizá sea ella quien llama al visitante escurridizo que se asoma a esos campos. Tan negro, tan discreto en las sombras y tan llamativo en las luces.
El gato es inquietante, no es de este mundo.
Tiene el enorme prestigio de haber sido ya Dios. (F.G. Lorca)
Este gato negro podría ser perfectamente tratado como el Dios de ese mundo que visita. Porque se trata del mismo ser que los imagina y los crea. Santiago dice que se considera ese espectador que representa a través de la figura azabache, y al fin y al cabo es lo que siempre será. Un espectador que ve el mundo de una manera especial, a través de un filtro onírico que los demás solo podremos conocer mediante de sus pinturas.
Mitchie Martin
Comisaria de la exposición
(Texto extraído del catálogo de la exposición 'La visión imaginada' de Santiago Fernández Aragüez en el Ateneo de Málaga)
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